La Leyenda de los Chaques, los Hacedores de Tormentas
En el corazón de la selva yucateca, ocultos en las
profundidades cristalinas de los cenotes sagrados o en cuevas que respiran
humedad, habitan los Chaques, los incansables y a veces traviesos
ayudantes de su gran señor, Yuum Chac, el dios de la lluvia.
No son uno, sino cuatro hermanos, cada uno guardián de un
punto cardinal y portador de un color sagrado.
- Chac-Xib-Chac,
el Hombre Rojo del Este, es quien anuncia la llegada de la tormenta.
- Sac-Xib-Chac,
el Hombre Blanco del Norte, trae consigo el frío que precede al aguacero.
- Ek-Xib-Chac,
el Hombre Negro del Oeste, es quien trae las nubes más oscuras y densas.
- Kan-Xib-Chac,
el Hombre Amarillo del Sur, gobierna sobre las lluvias finales que maduran
las cosechas.
Cuentan los abuelos que cuando la tierra sufre de sequía,
cuando los campos de maíz se quiebran bajo un sol implacable y el aire se
vuelve pesado y sin vida, Yuum Chac se impacienta en su trono celestial. Con
una voz que retumba, llama a sus cuatro ayudantes.
Los Chaques, que a menudo se entretienen jugando con las
ranas (uo) o puliendo sus herramientas, acuden al llamado de su señor.
Cada uno lleva consigo los instrumentos de su oficio divino:
Uno porta calabazas sagradas (chuy) llenas
del agua más pura de los cenotes. Otro carga sacos de piel que
contienen los vientos más feroces. El tercero lleva un gran tambor cuya
piel vibra con la energía del cosmos. Y el cuarto y último blande una pequeña
pero poderosa hacha de piedra (báat).
"¡La tierra tiene sed!", ruge Yuum Chac.
"¡Los hombres y los animales imploran nuestro favor! ¡Vayan, hermanos, y
cumplan con su deber!"
Obedeciendo la orden, los cuatro Chaques montan las nubes y
surcan los cielos. El del Oeste, el Chaque Negro, abre primero su saco de
vientos, y una ráfaga poderosa barre el cielo, apilando nubes oscuras y grises
hasta que el sol queda oculto. El mundo se sumerge en una penumbra expectante.
Entonces, el del Este, el Chaque Rojo, comienza a golpear su
tambor. Al principio, es un murmullo lejano, un tun-tun-tun que
apenas se oye. Pero poco a poco, el ritmo se acelera y la fuerza aumenta, hasta
que el cielo entero retumba con el rugido profundo del trueno.
Justo en ese momento, el del Sur, el Chaque Amarillo, lanza
su hacha de piedra contra las nubes más oscuras. El hacha, al chocar, produce
un destello cegador de luz: el relámpago. Cada vez que el hacha
golpea, un nuevo rayo ilumina el paisaje oscurecido.
Finalmente, con el camino preparado por el viento, el trueno
y el relámpago, el del Norte, el Chaque Blanco, inclina sus calabazas. De ellas
cae primero un goteo, luego un chorro, y finalmente un torrente de agua
bendita. Es la lluvia, que cae con fuerza sobre la tierra
agrietada, saciando su sed, reviviendo las plantas y llenando los corazones de
los mayas con gratitud.
Trabajan en perfecta armonía, como una orquesta divina,
hasta que la tierra ha bebido lo suficiente. Entonces, recogen sus
instrumentos, calman los vientos, silencian el tambor y regresan a su morada en
el cenote, cansados pero satisfechos, hasta que su señor Yuum Chac los necesite
de nuevo.
Por eso, cuando veas una tormenta acercarse, no temas.
Recuerda la leyenda y escucha con atención: el viento no es solo aire, es el
Chaque Negro abriendo su saco; el trueno no es solo ruido, es el Chaque Rojo
tocando su tambor; el relámpago no es solo luz, es el Chaque Amarillo lanzando
su hacha; y la lluvia que te moja, es el regalo del Chaque Blanco, una
bendición de los dioses.



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