Waay Pop


—¿Qué se han creído estos hombres blancos que nos imponen sus dioses, sus tributos y sus vicios? Durante siglos han querido engatusarnos con sus licores, hostias y trampas, para quitarnos nuestras tierras y convertirnos en esclavos.
—...o en prófugos —se quejó amargamente Venancio Pec, sentado sobre una piedra a mitad del campo.
Florencio Chan, su compañero, prendía una fogata para azar los dos pequeños pájaros que habían cazado; ésa sería su cena. Iban a dormir a cielo abierto y mañana escaparían hacia las selvas del sur.
—Ni modo, teníamos que rescatar a tu hermana, Venancio; ¿hasta cuándo la forzarían a trabajar para ese cura abusivo?

—Semanas, años, siglos —murmuró abrumado Venancio—. La gente del gobierno, los comerciantes sin escrúpulos, los reclutadores de asesinos y hasta los religiosos se aprovechan de nosotros, obligándonos a servirlos sin remuneración ni descanso.
—Leyes van y leyes vienen, pero persiste la maldita “recluta”, los tributos y esas supuestas deudas que nos atan de por vida —añadió Florencio, mientras atravesaba con una vara los dos "tapacaminos" para ponerlos al fuego.
—Debemos organizarnos y acabar con esto —sentenció Venancio.
—Pero yo tengo miedo. ¿Recuerdas lo que le sucedió al rebelde Jacinto Uc, cuando lo apresaron?
—¿Te refieres al líder Canek, al que ejecutaron por rebelde en la Plaza de Quisteil?... ¡Pero de eso hace casi cien años! —dijo Venancio, extendiendo los petates en que se acostarían.
—Pues las cosas no han cambiado, Venancio; y tú o yo podríamos correr la misma suerte. Cuentan que al pobre Canek le rompieron los huesos con un fierro candente y le arrancaron la carne con tenazas.
—Sí... con tenazas... —se estremeció Venancio—, como si un enorme buitre le hubiera clavado las garras.
—Luego quemaron sus restos y los esparcieron por el aire —continuó Florencio, dando vuelta a la vara en que rostizaba a los pajarillos—. También fueron despedazados los cuerpos de sus ocho compañeros de lucha.

—¿No estaba entre ellos un h-men'ob?
—Sí, un "hombre águila"; nadie sabía su nombre, pero según cuenta mi abuela, que entonces era niña y presenció la ejecución, se trataba de un anciano de aspecto extraño.
En ese momento una fuerte ráfaga de viento levantó los dos petates por los aires y acrecentó las llamas de la fogata, calcinando a los tapacaminos. Venancio y Florencio corrieron varios metros tras los petates voladores, pero no lograron alcanzarlos.
—Parece que nos quedamos sin cena y sin cama —se quejó Florencio. Pero su queja fue ensordecida por un estruendo que se extendía por todo el campo: una especie de aleteo furioso que cruzaba el cielo, quebrantando la tranquilidad de la noche.
—¿Qué diablos es ese ruido? —preguntó Florencio.
—No sé. Y prefiero no saber —contestó Venancio Pec, acomodándose para dormir junto al fuego—. Descansemos, pues mañana tendremos una jornada difícil.

Al cabo de un rato, pese al miedo, al hambre y a aquel atronador aleteo fantasma, conciliaron el sueño. Ya de madrugada, Venancio tuvo una pesadilla: un enorme pájaro carnicero, con las alas cubiertas de navajas de pedernal, se lanzaba en picada junto al jacal de su familia y enganchaba con sus garras a su hermana, para luego depositarla sobre un peñasco. Ahí le clavaba las navajas y, aún viva, le devoraba las carnes hasta llegar al corazón. La sangre chorreaba por el peñasco...

—¡Hermanita! —gritó en sueños, despertando a Florencio, quien se acercó a sacudirlo.
—¿Qué pasa, amigo?
Venancio abrió los ojos y distinguió las luces del alba tiñendo un cielo totalmente sereno. Se incorporó para respirar el aire fresco de la mañana, pero su nariz percibió, en cambio, una pestilencia dulzona. Recorrió con la vista los alrededores y señaló hacia un punto cercano, y luego hacia otro, y otro:
—¿Qué es aquello?..., ¿y esa otra plasta?, ¿y aquélla?
Fueron a mirar de cerca las masas gelatinosas esparcidas a su alrededor.
—Son restos de carne humana —balbuceó Florencio—. Cayeron del cielo, como una lluvia macabra.
Venancio se sobó nervioso la frente:
—Soñé que un monstruo carnicero volaba usando nuestros petates como alas; tenía un pico gigante manchado en sangre... Pero al parecer, no fue sólo un sueño.
—¡Uayyyy! —saltó Florencio aterrorizado—. ¡Lo hizo Waay Pop! Pasó encima de nosotros, dejando caer aquí y allá trozos de sus víctimas.
—Cálmate, Florencio, no puede ser: Waay Pop es sólo una leyenda que inventó la gente hace mucho tiempo para explicarse ciertos sucesos terribles.
—¿Qué sucesos? —gimió Florencio, tragando saliva.

—Las primeras desapariciones de indios en Maxcanú —explicó Venancio—. Dicen que poco después de la Conquista llegó a predicar un sacerdote católico a quien nadie hacía caso. El cura decidió estudiar magia negra, dizque para "igualarse a nuestra gente” y así conseguir su atención. Al cabo de un tiempo se convirtió en un brujo capaz de transformarse en animal. Así que un día preparó unas alas de petate, subió al techo de la iglesia y saltó para comprobar si podía volar.
—¿Un sacerdote convertido en demonio volador? —exclamó Florencio.
—El tipo, además, puso una cantina en la que vendía aguardiente barato, lo que atrajo a mucha clientela. Su sacristán, que lo espiaba, decía que cada noche se transformaba en pájaro, se llevaba volando a uno o dos clientes entre sus garras y regresaba en la madrugada con un nuevo cargamento de licor.
—¿Y tú crees eso? ¿Crees que Waay Pop es un brujo comerciante de personas?
—Un brujo o un simple farsante, Florencio. Así fue como la gente quiso explicar tantas desapariciones de personas, que hoy como entonces no se deben sino a la odiosa “recluta” de sirvientes. Y que mañana, quién sabe, podrían ser causadas por nuevos criminales, comerciantes del mal, asesinos brutales... —susurró Venancio Pес, pronunciando una especie de horrorosa premonición.
—Pero si Waay Pop es sólo una leyenda, ¿quién hizo todo este cochinero? —replicó Florencio—. Aunque los maestros de doctrina, los cambesah, digan que los Waay son puros mitos, nosotros sabemos que esas criaturas existen y mantienen las cosas en su sitio.
—¿En su sitio? —exclamó Venancio con sarcasmo—. ¿Y cuál es ahora nuestro “sitio”, según tú? ¿Cuál es el “sitio" de estos despojos humanos? ¿De dónde crees que provienen? —preguntó molesto.
Florencio sólo se atrevió a balbucear:
—Quizá ya estaban aquí ayer, cuando llegamos, pero no los vimos porque estaba anocheciendo.
—Provienen de una matazón reciente de indios —lo interrumpió Venancio—. Esto es obra de criminales pagados por los patrones, Florencio; no de Waay Pop.
—¿Y cómo explicas tu pesadilla? Tú viste claramente a ese espantoso demonio en acción... ¿O crees que es un aviso de lo que nos espera, una señal maligna?
—¡Ninguna señal! Es otra de las fantasías que tenemos metidas en la cabeza los mayas, por culpa de la terrible situación en que vivimos —respondió Venancio, apagando los restos de la fogata e iniciando la marcha—. Fantasías creadas por nuestros abuelos, pero que los poderosos utilizan para amedrentarnos. ¡Vámonos de aquí!
Florencio Chan levantó del suelo sus escasas pertenencias y siguió a su amigo.
—Hace poco, por ejemplo —continuó Venancio arreciando el paso—, oí que un contrabandista entró de noche al pueblo de Yaxcabá para distribuir licor y drogas. Acabó llevándose a un par de jóvenes borrachos a quienes vendió como esclavos en una hacienda de henequén. El muy ladino venía disfrazado precisamente de Waay Pop, con una máscara de pájaro y un petate sobre los hombros, para que ninguno de los pobladores se atreviera a detenerlo.
—Ya no sé qué pensar —masculló Florencio—; ni sé tampoco a dónde iremos.
—Al Santuario de la Cruz Parlante, y después de los ritos, nos uniremos al levantamiento armado —contestó Venancio Pec, con voz decidida, olvidando a sus espaldas los restos de carne putrefacta—. En este año de gracia de 1847, caeremos sobre nuestros opresores como un águila poderosa, e igual que tu famoso Waay Pop, los destrozaremos. Por toda la provincia se oirá el estruendo de nuestro vuelo libertario.

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