El niño y el tigre
Esta historia sucedió hace mucho tiempo, después del gran diluvio. Cuando el agua por fin bajó, quedaron sólo piedras y montañas, lodo y ríos. Ya no había plantas: todo estaba muerto. Pero no podía quedarse así, pues allí en Yutbal-lum, donde comenzó la Tierra, vivía el espíritu de Ch'ujtiat, el Padre-Madre de la creación. Y por su voluntad, entre los cenagales nació la primera planta. Después fueron brotando las demás.
Los cerros y las planicies se llenaron de arbustos, de bejucos y de árboles. Otra vez la Tierra era verde. Ch'ujtiat miró la Tierra y la encontró hermosa. Se alegró su corazón y de nuevo empezó a hacer otros primeros hombres... Con su poder y su palabra creó y puso sobre la Tierra a dos niños. No tenían padre ni madre, pues eran obra de Ch'ujtiat. Los hizo inocentes. Con inteligencia, pero no con mucha: los niños tenían que aprender, tenían que usar la experiencia.
Con el esfuerzo propio, con la vida, irían a descubrir y conocer.
Los niños crecieron. Recorrían la Tierra a pie y la iban conociendo. Así llegaron a una cueva enorme. Adentro hallaron piedras, muchas piedras, y tigres de piedra de mil tamaños: grandes, medianos y pequeños... Cuando vieron los tigres, uno de los niños sintió miedo y no entró en la cueva. Sólo asomó la cabeza para mirar desde lejos. En cambio, el otro miró y se llenó de curiosidad. De manera que se metió en la cueva para llegar hasta donde estaban esas piedras tan extrañas que parecían tigres.
Las observó todas. Miró sus formas, como si las estudiara. Pensó mucho en las piedras, por eso se acurrucó, se recargó un poco sobre la piedra más chiquita, el tigre más pequeño, y lo tocó, lo acarició. La piedra se volvió suave cuando el muchacho la acariciaba: le gustó esa mano. Entonces el tigre se hizo de verdad, adquirió vida. Y como ya estaba vivo, se acercó al niño. Pero no quería atacarlo, estaba contento y quería agradecer al niño, ir con él a todas partes.
El niño que se había quedado afuera, vio que su hermano regresaba con el tigre. ¡Ah, cómo sintió envidia en su corazón! ¡Con qué coraje mató a su hermano! Luego fue a la laguna y ahí arrojó a su hermano muerto. El tigre miraba. Sólo miraba.
No es que el tigre no quisiera defender a su dueño, ni tampoco quería que muriera. Es que el hermano que tenía mal corazón también era obra de Ch'ujtiat y era de la misma sangre que su dueño. Y así su amo quedó muerto sobre el agua de la laguna. Dos zopilotes volaban sobre el lugar. Vieron el cadáver y bajaron a comérselo. Pero el tigre los espantó. Los zopilotes salieron volando y, como estaban parados sobre el muerto, al levantar el vuelo lo empujaron hasta la orilla de la laguna.
Entonces el tigre pudo recoger al muerto. Lo lamió. Su boca parecía como miel. Su saliva era como espuma. Era como cuando el niño acarició al tigre de piedra dentro de la cueva. El niño abrió los ojos poco a poco, movió los brazos y las piernas: vivió. Otra vez se hizo niño vivo. De nuevo caminó. El tigre le dio la vida. A partir de ese día nunca más anduvieron separados el tigre y el niño. El niño llamó Wuy al tigre, y el tigre le puso al niño el nombre de Xun'Ok. Los dos anduvieron mucho tiempo juntos... caminaban y conocían la Tierra.
Despertar del jaguar: vida y palabras de los indios de América. (2003). (C. Nine, Ilus.). Secretaría de Educación Pública; Fondo de Cultura Económica.
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