Winic-Tun, El Hombre de Piedra
Estaba todo hecho de piedra de la cabeza a los pies y caminaba pesadamente. Los zopilotes se posaban en su cabeza y las lagartijas vivían entre los dedos de sus pies y manos. Tenía los cabellos largos y sucios, donde construían su nido los escorpiones. Algunos ancianos de los pueblos dicen que en otros tiempos era hombre de carne y hueso, pero que había ofendido a uno de los dioses corcovados que lo castigó convirtiéndolo en piedra. Sin embargo, le fue permitido andar por los caminos de la selva y por las aldeas, ante el horror de la gente que huía de su siniestra presencia. A veces se le oía maldiciendo a grandes voces a las lechuzas o a los perros, y los niños temblaban y los señores, temerosos, se metían en sus casas y cerraban las puertas a piedra y lodo para proteger a sus familias.
Era común, cuando el
Hombre de Piedra entraba al pueblo, hallarse con las calles desiertas; no se
escuchaba el canto de los pájaros ni el croar de las ranas, ni se veía a los
niños jugando y sólo los perros se atrevían a ladrarle al Winic Tun, el cual,
furioso, trataba de apoderarse de ellos y hacerlos pedazos, pero no le era
posible alcanzarlos pues los perros eran demasiado rápidos y él a duras penas
lograba desplazarse. Un día la gente del pueblo no soportó más la espantable
presencia de aquel hombre grotesco y se quejaron ante el sacerdote del templo
mayor, Ik-Can-Caanil, que descendió de la pirámide donde vivía y lo amenazó con
pedir auxilio del Dios Único, Hunab Ku, para que lo convirtiera en polvo. El
Winic Tun, espantado, se marchó de las tierras mayas y, hasta donde se sabe,
nunca ha regresado.
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