Hunac Kel
Suerte de héroe, rey y semidiós hijo de un águila que lo hubo en lo alto del monte. Una mañana lo descubrió Barbas de Ardilla, rey de Mayapán, durmiendo entre los espinos, que no lo habían herido en lo absoluto. El rey lo tomó amorosamente entre sus brazos y lo llevó al cerro más alto del pueblo. Sacó un caracol dentro de sus ropas y lo sopló, tan fuerte como pudo, a los cuatro vientos. Pronto los vecinos acudieron a ver qué pasaba: entonces el soberano les anunció que justamente había hallado a un niño recién nacido que con el tiempo sería rey de Mayapán y que era de la estirpe de Kukulcan. Luego lo alzó para que lo viera y la multitud toda lo vitoreó y desfilo para conocerlo.
El pequeño creció en el Palacio bajo los cuidados de Ix Kaual Xiu, criada del rey, la cual le enseñó los mandamientos de los dioses, el estudio de la historia, la purificación del alma y el cultivo del cuerpo. En su juventud, Hunac Kel combatió muchas veces a su peor enemigo, el rey de Chichén Itzá, a quien al fin mató. No quiso aceptar la corona de soberano de esa ciudad que le ofrecían hasta no merecerla y para ello se arrojó al gran Cenote de los Sacrificios de Chichén Itzá, profundo charco lleno de lodo del que nadie había salido vivo. De esta hazaña emergió sano y salvo y le fue entregado el reinado de Chichén Itzá. Una tarde, en el edificio del Juego de Pelota, fue muerto a traición a puñaladas por sus capitanes aztecas, sus guardias personales, en un episodio que nos recuerda la muerte de César.
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